Ya en el mundo griego y espartano encontramos la presencia de médico a bordo de sus naves como lo demuestran algunos datos que han llegado hasta nosotros, por ejemplo, cuando en el 415 a. de C. se preparaba la expedición ateniense a Sicilia bajo el mando de Alcibíades, donde se acordó la presencia «médicos navales» o el buque “ Therapia” el cual participó en la guerra del Peloponeso, y cuyo nombre podríamos relacionar con el mundo sanitario. También en época romana tenemos la tirreme “ esclepitus” y la libuma “Aesculapius” de la flota de Miseno, destinada al cuidado de los marineros y solados heridos, pudiendo ser la forma primitiva de lo que posteriormente conoceremos como buques hospitales Todo esto refuerza, aún más, la idea de que ya existía en la antigüedad clásica buques hospitales.

Así pues, en cada trirreme embarcaría un médico, y cuando el tonelaje de las naves se hizo mayor, se estableció que hubiera un médico por cada 200 hombres. Todos los médicos embarcados estaban capacitados, tanto para el tratamiento de las heridas cómo para atender otras dolencias. Para evitar la proliferación de enfermedades, existían unas normas de higiene personal a bordo basadas, fundamentalmente, en bañarse dos veces al día, la utilización de vestidos de lana para preservarse de la humedad, la prohibición de consumir bebidas alcohólicas, el establecimiento de una dieta especial durante la época de verano o tomar la precaución de no inhalar el aire viciado proveniente de la sentina.

Cambiando de escenario, ahora seguiremos la pista de la sanidad marítima en el Medievo peninsular. En nuestro país, las armadas de los diferentes reinos peninsulares necesitaban un sistema de atención sanitaria que pudiera encargarse de las bajas producidas en las batallas, siendo necesario, ya desde los primeros albores de las marinas peninsulares, hacia el siglo XII, disponer de personas encargadas de estos cometidos.
De esta forma, podemos destacar la figura de Amau de Vilanova , uno de los primeros médicos que prestaron servicio a bordo, a quien Jaime II de Aragón encargó de la organización de la asistencia sanitaria de la Armada participando en el asedio de Almería, y más tarde confiado a las galeras aragonesas, mientras que las castellanas intentaban la toma de Algeciras.
También, otra pista sobre los médicos y cirujanos embarcados nos la da, las «Ordinations sobre lo feyt de la mar» redactadas en 1354 por Bernardo de Cabrera, donde aparece el primer testimonio de la presencia habitual de médicos y cirujanos en las galeras.
Por otra parte, entre los especialistas sanitarios embarcados en una galera, podemos encontrar el oficio de barbero y de cirujano en compañía de un médico y de un boticario. Podríamos decir, que el antecedente de los enfermeros navales es el barbero, con reducida formación sanitaria y escasa consideración social. El barbero constituía el nivel más bajo de la organización sanitaria y su misión fundamental era la de rapar a navaja el pelo y las barbas de los remeros auxiliado, aunque, en ocasiones se encargaba del cuidado de los heridos. De esta forma, era frecuente que el barbero adoptara tareas competentes al cirujano y viceversa. A ambos, se les exigía un periodo de prácticas y algunos conocimientos minimos, además de superar un examen ante el protomédico de las galeras.

Algunos barberos que podríamos destacar pueden ser: Jucef Abentreví. Participó en la expedición de Jaime I en la conquista de Mallorca; o Bernat Balius, barbero de Barcelona que formó parte de la dotación de la galera “San Gabriel” en 1372.


Siguiendo un nivel jerárquico, el puesto más elevado dentro del cometido sanitario lo ocupaba el protomédico y muy de cerca lo seguirían el boticario y el cirujano mayor. El protomédico de las galeras de España, se encargaba de la supervisión y control de todos los profesionales sanitarios destinados en ellas. Así pues, según la cédula de nombramiento, el Protomédico era el encargado de examinar «a todas las personas que quisieren usar el oficio de médicos, cirujanos, boticarios y barberos en las dichas galeras».
Los cargos de mayor nivel dentro de la organización sanitaria de las galeras eran designados por el Rey a propuesta del protomédico de su casa. Podemos destacar así, médicos, que estuvieron embarcado, como : el Dr. Gregario López Madera como protomédico y Dionisia Daza Chacón como cirujano mayor, quienes participaros en la Jornada de Lepanto, ambos de la absoluta confianza de Don Juan de Austria; o El propio Cristóbal Pérez de Herrera, quien durante la Jornada de las Azores, protegió espada en mano, la evacuación de los heridos, al ser sorprendidos los españoles por una manga de arcabuceros franceses.
Por otra parte, para poder ejercer la medicina a bordo era necesario cumplir una serie de requisitos, en especial, haber tenido experiencia como médico o cirujano militar y sobre todo, que hubiera estado previamente embarcado.

Todas las galeras disponían de una serie de dependencias, entre ellas la enfermería, en la que se disponían unas literas para atender a los marineros y soldados heridos o enfermos. Junto a ella había un pequeño cubículo destinado a la botica y una cámara para el cirujano, próxima a la del capellán.
Al entrar en combate, el cirujano se instalaba en la enfermería, acompañado por el barbero y el capellán, además de dos hombres que no eran muy útiles la batalla. El principal objetivo de estos señores era recuperar el mayor número de bajas en combate y cuidar de la salud de los galeotes. De esta forma, sólo atendería a los marineros y soldados durante el periodo de navegación. Además de las heridas de guerra, también cabria sumar la enfermedades que se contraía por la falta de higiene y mala alimentación, fomentándose los brotes de epidemias, y empeorando, aún más, la situación a bordo. Una media para ello, era separar a los afectados en otras embarcaciones para evitar el contagio, estas embarcaciones eran conocidas como hospital de galeotes.
También disponían de las llamadas urcas, eran naves de trasporte, parecidas a las “naves hospitales”, pero trataban a los heridos en tierra y no asistían embarcados. Se le denominó “Hospital Real del Ejército y la Armada”, con una capacidad entre 100 – 500 camas y una plantilla de 30 – 50 personas.

Por su parte, el autor Pedro López de León en su obra «Práctica y teórica de los apostemas en general”, refleja el inhumano trato al que eran sometidos los forzados a bordo de las galeras.
Por consiguiente, a lo largo del siglo XVI, la corona española se verían envueltos en periodo de continuos conflictos, por lo que precisaron de grandes armadas dotada de formaciones sanitarias con un amplio abanico de especialistas en la sanidad.
Otro tema a tratar, era el material del que disponían los especialistas sanitarios, que estaba formado por:
– Una caja con su dramario de hoja de Milán
– Un peso con su marco, de media libra.
-Unas coladeras con su caja de latón.
-Un almirez con su mano.
– Un embudo de hoja de Milán.
– Dos cubiletes de vidrio.
-Una espátula.
– Una jeringa.
– Dos cedazos, uno de seda y otro de cerda.
– Un cazo de cobre.
– Cuatro agujas y dos ovillos de hijo de cartas para atar los botes.
– Dos manos de papel blanco para cobertor de los botes y redomas.
– Dos espátulas de hierro para sacar los ungüentos.
– 38 botes en que van ungüentos.
– 16 botecitos de vidrio para los polvos.
– 30 barriles para los jarabes y aceites.

Con respecto a los medicamentos, cada buque que emprendía un viaje a las Indias en el siglo XVI, disponía de tres cajas con pequeñas botijas donde se depositaban medicamentos como Píldoras, Trociscos, Jarabes, Ungüentos, Aceites, Aguas, Emplastos, Polvos, Conservas, Hierbas y Simples. Estas cajas eran entregadas, antes de la salida, por el boticario encargado de su elaboración al médico o cirujano de la nave o en su defecto, al maestre.
Tambíen, los enfermos también disponían de una dieta especial que les ayudara a recuperarse como carne de vaca o pollo, huevos, bizcochos, azúcar, pasas, frutos secos, conservas vegetales, confituras (calabazete o diacitrón), y dulces variados.

Finalmente, en los siglos posteriores, veremos como por determinadas circunstancias, los barberos se convertirán en los máximos entendidos de la salud a bordo, pero con el tiempo serán relegados por los cirujanos romancistas y más adelantes por los cirujanos sangradores, principalmente por su falta de conocimientos médicos. Por el nombre de sangradores empezará a conocerse los especialistas sanitarios a bordo de un barco. La sanidad comenzará a experimentar una profunda mejora con el surgimiento del Cuerpo de Sanidad de la Armada en 1728 y la creación del Colegio de Cirujanos de la Armada en 1748, y que , por consiguiente, mejorará la higiene en los barcos.

Siguiendo con la evolución de la sanidad a bordo, se creará el Real Colegio de Cirugía de Cádiz donde se formaron nuevos sangradores, cirujanos románticos y curiosamente las matronas. En 1834, a través de una Real Orden, serán denominado Practicantes y su formación cada vez será más exhaustiva. Se reguló, su salario, sus uniformes, así como el rango que adquirirían. Desde este momento hasta la actualidad, muchas serán las mejoras que se realicen en este ámbito así como sus ramificaciones, pero en todo esto, hay algo que perdura y perdurará en el cometido de estos especialistas, y es cuidar de la salud del personal a bordo.
Bibliografía:
GRACIA RIVAS.: “La asistencia sanitaria a bordo de los buques. De la antigüedad clásica al siglo XVI”. 1995.
MATEO LOZNADO. J.M.: “Historia de los barberos, cirujanos y practicantes de la armada”. 2014.
RODRIGUEZ SALAS. M.: “Los cirujanos del mar en la Nueva España, siglos XVI-XVIII ¿estamento o comunidad?”. Cirugía y Cirujanos, 2002, vol. 70, no 6, p. 468-474.