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Las enfermedades a bordo

Vivir en un barco durante los siglos XV, XVII y XVII, no fue tarea fácil, por diversas cuestiones, pero la gran amenaza con la que se podía encontrar la vida de un marino eran las enfermedades contraídas a bordo. La mortalidad por enfermedad era superior a la causada por los combates y los naufragios, así como por los accidentes laborales o suicidios.
Por un lado tenemos las enfermedades surgidas por una mala alimentación. Los alimentos frescos y la fruta desaparecían durante semanas de la dieta y, si la travesía se alargaba en exceso, comenzaban a aparecer los primeros síntomas del escorbuto una enfermedad típica de los hombres del mar, provocada por la carencia de vitamina C. Esta enfermedad también era conocida como “la peste del mar” y era la más temida por todo aquél embarcado.

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Era frecuente que los marineros tomaran comida en mal estado, abusaran de alimentos en salazón e ingirieran agua corrompida, debido a que se tenía almacenada durante mucho tiempo. La insalubridad del agua, provocó un sinfín de enfermedades digestivas como la tuberculosis, o avitanimósicas, como el beriberi o la pelagra, además del ya mencionado escorbuto y también el tifus. Según Antonio de Guevara, en las galeras “no hay cosa más deseada y de que haya menos abundancia que agua.”

bodega
Por otra parte, a estas enfermedades hay que sumar las que aparecían por la falta de higiene, como eran, el cólera, sarampión, viruela y enfermedades transmitidas por parásitos, como el tifus, y enfermedades de piel.

Sin duda alguna, esta cantidad de enfermedades eran fruto de las malas condiciones en las que se encontraban los barcos de los siglos XVI, XVII Y XVIII, aunque a partir de este último veremos mejoras en la higiene. Las condiciones sanitarias a bordo eran tremendas y algunas enfermedades endémicas. Con frecuencia los tripulantes padecían, además de hambre y sed, insolaciones, calenturas y enfermedades típicas de la marinería. Cuando se daba una enfermedad las consecuencias podía ser irreversibles pues el contagio entre la tripulación era casi inevitable y no había medias para pararla.

grabado amarrando un barco
Aunque las flotas estaban obligadas a llevar fármacos para curar a los enfermos, era muy poco lo que se podía hacer por ellos ya que apenas existían remedios médicos eficaces. Aunque si bien es cierto que, los casos en los que no se desataba una de estas temidas epidemias, era raro el viaje en el que, por unos motivos u otros, no perdían la vida una o varias personas.
Finalmente, en caso de fallecimiento, no quedaba más remedio que tirarlo por la borda. Si el fallecido era un esclavo, simplemente lo registraba el escribano, para certificar que había fallecido de muerte natural, y acto seguido se deshacían del cadáver. Ni ceremonias, ni rituales, ni tan siquiera una simple oración del capellán. En cambio, si el finado era un español, se preparaba todo un ritual previo, cosiéndolo con un serón o tela basta y añadiéndole lastre para que se fuera al fondo y no lo devorasen los depredadores.

esclavos arrojados al mar

MARCHENA, GIMÉNEZ.J.A.:“La vida y los hombres de las galeras españolas (siglo XVI y XVII)”. Madrid. 2010.
MIRA CABALLOS. E.: “ La vida y la muerte en un navío del siglo XVI: Algunos aportes”. Revista de Historia Naval. 2010.
TEMPERE.D.: “Vida y muerte en alta mar. Pajes, grumetes y marineros en la navegación española del siglo XVII”. Iberoamérica. 2001.

http://www.todoababor.es/vida_barcos/enfermedades.htm

Necesitamos un medico a bordo

Ya en el mundo griego y espartano encontramos la presencia de médico a bordo de sus naves como lo demuestran algunos datos que han llegado hasta nosotros, por ejemplo, cuando en el 415 a. de C. se preparaba la expedición ateniense a Sicilia bajo el mando de Alcibíades, donde se acordó la presencia «médicos navales» o el buque “ Therapia” el cual participó en la guerra del Peloponeso, y cuyo nombre podríamos relacionar con el mundo sanitario. También en época romana tenemos la tirreme “ esclepitus” y la libuma “Aesculapius” de la flota de Miseno, destinada al cuidado de los marineros y solados heridos, pudiendo ser la forma primitiva de lo que posteriormente conoceremos como buques hospitales Todo esto refuerza, aún más, la idea de que ya existía en la antigüedad clásica buques hospitales.
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Así pues, en cada trirreme embarcaría un médico, y cuando el tonelaje de las naves se hizo mayor, se estableció que hubiera un médico por cada 200 hombres. Todos los médicos embarcados estaban capacitados, tanto para el tratamiento de las heridas cómo para atender otras dolencias. Para evitar la proliferación de enfermedades, existían unas normas de higiene personal a bordo basadas, fundamentalmente, en bañarse dos veces al día, la utilización de vestidos de lana para preservarse de la humedad, la prohibición de consumir bebidas alcohólicas, el establecimiento de una dieta especial durante la época de verano o tomar la precaución de no inhalar el aire viciado proveniente de la sentina.
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Cambiando de escenario, ahora seguiremos la pista de la sanidad marítima en el Medievo peninsular. En nuestro país, las armadas de los diferentes reinos peninsulares necesitaban un sistema de atención sanitaria que pudiera encargarse de las bajas producidas en las batallas, siendo necesario, ya desde los primeros albores de las marinas peninsulares, hacia el siglo XII, disponer de personas encargadas de estos cometidos.
De esta forma, podemos destacar la figura de Amau de Vilanova , uno de los primeros médicos que prestaron servicio a bordo, a quien Jaime II de Aragón encargó de la organización de la asistencia sanitaria de la Armada participando en el asedio de Almería, y más tarde confiado a las galeras aragonesas, mientras que las castellanas intentaban la toma de Algeciras.
También, otra pista sobre los médicos y cirujanos embarcados nos la da, las «Ordinations sobre lo feyt de la mar» redactadas en 1354 por Bernardo de Cabrera, donde aparece el primer testimonio de la presencia habitual de médicos y cirujanos en las galeras.

Por otra parte, entre los especialistas sanitarios embarcados en una galera, podemos encontrar el oficio de barbero y de cirujano en compañía de un médico y de un boticario. Podríamos decir, que el antecedente de los enfermeros navales es el barbero, con reducida formación sanitaria y escasa consideración social. El barbero constituía el nivel más bajo de la organización sanitaria y su misión fundamental era la de rapar a navaja el pelo y las barbas de los remeros auxiliado, aunque, en ocasiones se encargaba del cuidado de los heridos. De esta forma, era frecuente que el barbero adoptara tareas competentes al cirujano y viceversa. A ambos, se les exigía un periodo de prácticas y algunos conocimientos minimos, además de superar un examen ante el protomédico de las galeras.
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Algunos barberos que podríamos destacar pueden ser: Jucef Abentreví. Participó en la expedición de Jaime I en la conquista de Mallorca; o Bernat Balius, barbero de Barcelona que formó parte de la dotación de la galera “San Gabriel” en 1372.
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Siguiendo un nivel jerárquico, el puesto más elevado dentro del cometido sanitario lo ocupaba el protomédico y muy de cerca lo seguirían el boticario y el cirujano mayor. El protomédico de las galeras de España, se encargaba de la supervisión y control de todos los profesionales sanitarios destinados en ellas. Así pues, según la cédula de nombramiento, el Protomédico era el encargado de examinar «a todas las personas que quisieren usar el oficio de médicos, cirujanos, boticarios y barberos en las dichas galeras».
Los cargos de mayor nivel dentro de la organización sanitaria de las galeras eran designados por el Rey a propuesta del protomédico de su casa. Podemos destacar así, médicos, que estuvieron embarcado, como : el Dr. Gregario López Madera como protomédico y Dionisia Daza Chacón como cirujano mayor, quienes participaros en la Jornada de Lepanto, ambos de la absoluta confianza de Don Juan de Austria; o El propio Cristóbal Pérez de Herrera, quien durante la Jornada de las Azores, protegió espada en mano, la evacuación de los heridos, al ser sorprendidos los españoles por una manga de arcabuceros franceses.
Por otra parte, para poder ejercer la medicina a bordo era necesario cumplir una serie de requisitos, en especial, haber tenido experiencia como médico o cirujano militar y sobre todo, que hubiera estado previamente embarcado.
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Todas las galeras disponían de una serie de dependencias, entre ellas la enfermería, en la que se disponían unas literas para atender a los marineros y soldados heridos o enfermos. Junto a ella había un pequeño cubículo destinado a la botica y una cámara para el cirujano, próxima a la del capellán.
Al entrar en combate, el cirujano se instalaba en la enfermería, acompañado por el barbero y el capellán, además de dos hombres que no eran muy útiles la batalla. El principal objetivo de estos señores era recuperar el mayor número de bajas en combate y cuidar de la salud de los galeotes. De esta forma, sólo atendería a los marineros y soldados durante el periodo de navegación. Además de las heridas de guerra, también cabria sumar la enfermedades que se contraía por la falta de higiene y mala alimentación, fomentándose los brotes de epidemias, y empeorando, aún más, la situación a bordo. Una media para ello, era separar a los afectados en otras embarcaciones para evitar el contagio, estas embarcaciones eran conocidas como hospital de galeotes.
También disponían de las llamadas urcas, eran naves de trasporte, parecidas a las “naves hospitales”, pero trataban a los heridos en tierra y no asistían embarcados. Se le denominó “Hospital Real del Ejército y la Armada”, con una capacidad entre 100 – 500 camas y una plantilla de 30 – 50 personas.
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Por su parte, el autor Pedro López de León en su obra «Práctica y teórica de los apostemas en general”, refleja el inhumano trato al que eran sometidos los forzados a bordo de las galeras.
Por consiguiente, a lo largo del siglo XVI, la corona española se verían envueltos en periodo de continuos conflictos, por lo que precisaron de grandes armadas dotada de formaciones sanitarias con un amplio abanico de especialistas en la sanidad.
Otro tema a tratar, era el material del que disponían los especialistas sanitarios, que estaba formado por:
– Una caja con su dramario de hoja de Milán
– Un peso con su marco, de media libra.
-Unas coladeras con su caja de latón.
-Un almirez con su mano.
– Un embudo de hoja de Milán.
– Dos cubiletes de vidrio.
-Una espátula.
– Una jeringa.
– Dos cedazos, uno de seda y otro de cerda.
– Un cazo de cobre.
– Cuatro agujas y dos ovillos de hijo de cartas para atar los botes.
– Dos manos de papel blanco para cobertor de los botes y redomas.
– Dos espátulas de hierro para sacar los ungüentos.
– 38 botes en que van ungüentos.
– 16 botecitos de vidrio para los polvos.
– 30 barriles para los jarabes y aceites.
Instrumental autopsias siglo xviii
Con respecto a los medicamentos, cada buque que emprendía un viaje a las Indias en el siglo XVI, disponía de tres cajas con pequeñas botijas donde se depositaban medicamentos como Píldoras, Trociscos, Jarabes, Ungüentos, Aceites, Aguas, Emplastos, Polvos, Conservas, Hierbas y Simples. Estas cajas eran entregadas, antes de la salida, por el boticario encargado de su elaboración al médico o cirujano de la nave o en su defecto, al maestre.
Tambíen, los enfermos también disponían de una dieta especial que les ayudara a recuperarse como carne de vaca o pollo, huevos, bizcochos, azúcar, pasas, frutos secos, conservas vegetales, confituras (calabazete o diacitrón), y dulces variados.
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Finalmente, en los siglos posteriores, veremos como por determinadas circunstancias, los barberos se convertirán en los máximos entendidos de la salud a bordo, pero con el tiempo serán relegados por los cirujanos romancistas y más adelantes por los cirujanos sangradores, principalmente por su falta de conocimientos médicos. Por el nombre de sangradores empezará a conocerse los especialistas sanitarios a bordo de un barco. La sanidad comenzará a experimentar una profunda mejora con el surgimiento del Cuerpo de Sanidad de la Armada en 1728 y la creación del Colegio de Cirujanos de la Armada en 1748, y que , por consiguiente, mejorará la higiene en los barcos.
practicantes
Siguiendo con la evolución de la sanidad a bordo, se creará el Real Colegio de Cirugía de Cádiz donde se formaron nuevos sangradores, cirujanos románticos y curiosamente las matronas. En 1834, a través de una Real Orden, serán denominado Practicantes y su formación cada vez será más exhaustiva. Se reguló, su salario, sus uniformes, así como el rango que adquirirían. Desde este momento hasta la actualidad, muchas serán las mejoras que se realicen en este ámbito así como sus ramificaciones, pero en todo esto, hay algo que perdura y perdurará en el cometido de estos especialistas, y es cuidar de la salud del personal a bordo.

Bibliografía:
GRACIA RIVAS.: “La asistencia sanitaria a bordo de los buques. De la antigüedad clásica al siglo XVI”. 1995.
MATEO LOZNADO. J.M.: “Historia de los barberos, cirujanos y practicantes de la armada”. 2014.
RODRIGUEZ SALAS. M.: “Los cirujanos del mar en la Nueva España, siglos XVI-XVIII ¿estamento o comunidad?”. Cirugía y Cirujanos, 2002, vol. 70, no 6, p. 468-474.

La vida a bordo de un buque negrero

El origen de la esclavitud tiene su punto de partida tras el descubrimiento de América y la falta de mano de obra para trabajar sus campos. Los negros africanos fueron apresados en sus propias aldeas de la forma más cruel posible, a partir de entonces, comenzarían a vivir un verdadero infierno durante la travesía en los buques negreros y tras su desembarco en los puertos americanos.
mapa rutas esclavos
Una vez a bordo, se les distribuía en las cámaras destinadas para ellos. Los hombres ocupan la parte de proa del navío; las mujeres, que formaban el tercio de la carga, iban en la parte de popa; y los niños al centro. Este tipo cámaras estaban formadas por dos tabiques.
La altura de las cámaras donde eran situados los esclavos variaba según las dimensiones del navío. En general, las dimensiones eran de tres a cinco pies, de manera que era imposible que se pusieran de pie en la mayor parte de los navíos y en algunos de permanecer sentados. De esta forma, a lo largo de toda la travesía permanecían tumbados y herrados, pudiendo comparar el espacio que ocupaban con un ataúd.
En ocasiones, estaban obligados a viajar siempre sobre un lado, replegados sobre sí mismos, sin poder extender los pies. Mantener estas posturas tan incómodas durante tanto tiempo ocasionaba la aparición de úlceras en su cuerpo o desgarros ocasionados por los hierros de las cadenas.
negros durmiendo
El sufrimientos eran horribles: echados los unos sobre los otros, sofocados por el calor, sudorosos y apestados por su propio olor.
Las bodegas también eran empleadas para albergar esclavos, siempre encadenados por las muñecas y tobillos por parejas o más. Otra parte del barco para hacinar esclavos era el entrepuente, este era más espacioso, por ello, montaban a ambas bandas una especie de estanterías o voladizos que permitían aposentar otra fila de negros sobre los que dormían en el suelo. Si la altura era superior a seis pies (1.80 metros), aun cabía una segunda plataforma, dejando a veces solamente cuarenta o cincuenta centímetros de altura para que pudiera tenderse el esclavo.
hacinamiento
La alimentación de los esclavos a bordo de estos barcos, estaba formada por dos comidas, generalmente formadas por gachas de maíz, habas, mijo… bastante consistentes y cuando los había, plátanos o mandioca, así como medio coco de agua.
esclavo sentados
Para divertirse en tan larga travesía, los negreros subían a cubierta a los esclavos para hacer la “danza de esclavos”, obligándoles a saltar bailar, y entre tanto, circulaba entre ellos un marinero repartiendo latigazos. Como permanecían encadenados, quedaban en carne viva sus muñecas y tobillos. También se les obligaba a bañarse o lavarse en barriles con agua de mar aumentando sus sufrimientos. Cuando estaban en cubierta, tenían alguna posibilidad de moverse, e incluso de hacer sus necesidades fisiológicas por la borda. Una vez que regresaban al entrepuente o lugar donde los encerraban, ya no podían salir de allí.
esclavos encadenados
Ante situaciones tan terribles, muchos esclavos enloquecían o se suicidaban, negándose a comer. Para que no lo hicieran se utilizaba el “especulum oris”, un aparato para abrirles la boca y meterles el alimento con un embudo. Los capitanes mandaban azotar a los que se negaban a comer u ordenaban que les quemaran los labios para que les sirviera de escarmiento.
Estas condiciones tan extremas a las que eren sometidos, la falta de alimento y de higiene, conducía a la aparición de múltiples enfermedades. Por un lado enfermedades propias de Europa, fácilmente propagadas a los negros, tales como la viruela, sarampión, gonorrea, sífilis, tuberculosis; y por otro las africanas : fiebre amarilla, dengue, malaria, amebiosis, disentería, bacilar, lombriz africana, anquilostomiasis duodenal. A las que habría que sumar, en travesías largas, el escorbuto.
esclavos
Los capitanes solían tirar al mar a los primeros enfermos, aunque el contagio era imposible de parar debido a las insalubres condiciones en las que se encontraban los barcos. También el capitán los arrojaba por la borda si era preciso aligerar la carga, o si escaseaba el agua y los víveres.
esclavos arrojados al mar
Finalmente, en los últimos días de la travesía se mejoraba la ración de agua y comida para que los esclavos tuvieran mejor aspecto y alcanzaran mejor precio.

http://www.anabelfrutosclass.com/proyecto-final-unidad-3/grupo-c-los-barcos-negreros-la-esclavitud-en-estados-unidos-la-esclavitud-hoy-en-d%C3%ADa/.
• MARTÍNEZ CARRERA, J.U,: “ El tráfico negrero por el Atlántico”. Departamento de Historia Contemporánea. Universidad Complutense de Madrid.